Capítulo tercero
La nube de polvo ya se había asentado y no había luz alguna por ningún lado. Mauro y Claudia habían apagado también las luces de la casa para tener mejor visión en la obscuridad. A pesar de la luna casi nueva, sus ojos se acostumbraban a la vaga luz que emitían las estrellas. El cielo parecía despejado. Permanecieron horas (o al menos aparentemente)
en silencio, esperando oir la primera bala quizás, o algún indicio de que los perseguidores estaban cerca. ¡Nada! Ningún ruido, ninguna luz, sólo la creciente angustia.
- "¿Y si no nos perseguían a nosotros?"
- "Es probable. Quédate tranquila, vamos a esperar un poco más."
¿Quién era realmente esa mujer? Esta y muchas otras preguntas atormentaban al ya inestable señor Gut. Le atormentaba la idea de pensar que ella era la verdadera enemiga. Pero .. ¿Enemiga de qué? ¿Por qué? ¿En qué momento alguien como él podía ganarse enemigos?
- "¿Qué tanto sabes?" demandó procurando no quebrar su voz.
- "No mucho más que tu. Sé que pensabas ir a tu casa de campo. Sé tus direcciones.. y sé que tenía que pasar por ti. Sé que mas tarde nos darían instrucciones. Sé que era poco probable que necesitáramos las armas, pero mas vale prevenir."
Mauro sabía leer señas corporales, o al menos tenía práctica del consultorio. Claudia parecía decir verdad.
Tiempo después Mauro volvió a romper el silencio.
- "Voy a asomarme."
- "Yo te cubro."
- "Eso sólo serviría si supieramos de dónde pueden disparar."
Claudia frunció su boca. Se sentía muy ofendida. La habían hecho quedar como idiota. "Muérete entonces, imbécil." pensó para si; instantes después recapacitó "No, hoy no.. ahorita no". Luego dijo:
- "Dos pistolas son mejores que una. A lo que me refiero es que estaré pendiente."
- "Ok, gracias."
Lentamente Mauro quitó el candado de la puerta. "Qué bueno que estaban pegadas las llaves" pensó. A ninguno de los dos le hubiera cruzado por la cabeza ese detalle cuando a carreras entraron a la casa. Deslizó el pasador igual de sigiloso. Emparejó la puerta sólo para descubrir que no había nadie. Volvió a cerrar. Momentos después, tras confirmar la ausencia de peligro por la ventana, ambos salieron lentamente por la puerta; pistola en mano y en estado de alerta. No había nadie.
Subieron al coche, a la cabina del conductor. Estaban incrédulos. No sabían con exactitud cuánto tiempo habían estado encerrados en esa casa. No sabían qué había pasado con el chofer de la limusina. Ignoraban también que había sido de la supuesta camioneta que los seguía horas antes. Tampoco tenían idea de porqué había una casa deshabitada en medio de la nada y con luces encendidas. Y la misma carretera... ¿En dónde podía encontrarse una carretera infinitamente recta? Mauro volvió a voltear a su alrededor. Ni un cactus, ni un monte, ninguna montaña. ¡Nada!
Capítulo cuarto
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