Capítulo primero
Se levantó como todas las mañanas. Tras bañarse, se vistió y subió a su coche; un deportivo. Iba pensando sobre los pendientes del día. Apenas llegó a su consultorio, encendió su computadora. Hizo una transferencia de dinero a la muy conocida cuenta de su amigo.
- "Felíz año nuevo, Eduardo" - murmuró - "Si tú supieras el tiempo que podrís ahorrarte no teniendo que ir al banco." Permaneció callado por unos minutos, pensando: "Por lo menos ahora ya perdiste el pánico por las computadoras. Eso ya es un avance"
La cafetera se encendió. "Vaya, ya son las ocho" pensó Mauro cuando el olor del café penetró en su oficina. Fue hasta entonces que Mauro se quitó el saco, guantes y bufanda para colocarlos en el perchero. Estaba sirviendo la primera taza de café cuando la puerta de entrada se abrió. Una mujer jóven, como de 28 años entró a la sala de espera.
- "Señor, otra vez llegó más temprano que yo."
- "Clara, ya te dije que no importa. Es má que suficiente si llegas antes de las ocho y media."
- "Si, bueno. Pero como quiera me siento extraña; ni siquiera le puedo servir su taza de café."
- "No te preocupes, a estas horas de la mañana, no tengo mucho que hacer."
- "Y por el día de hoy, tampoco mas tarde. No hay pacientes programados para hoy."
Un extraño silencio cobijó la habitación. Clara continuó:
- "Pero ... ¿Porqué llegó tan temprano?"
- "Me dormí temprano. Abrí los ojos temprano y decidí venir temprano."
Mauro sabía que eso era mentira, pero ni sus actividades nocturnas ni sus pesadillas podrían interesarle a Clara. De hecho era más seguro si ella lo ignoraba.
Durante toda la mañana, la única actividad sobresaliente, fue recibir a una paciente. No para consulta, sino que llevaba un regalo para el "licenciado Mauro Gut". El arreglo de flores acabó posándose en la mesa de centro de la sala de espera. Era el mejor lugar, ya que Mauro prefería no llevarlas a su casa.
Así fue como a la una de la tarde, cerraron el consultorio para no volverlo a abrir sino hasta el dí 3. Clara no podía quejarse. Aunque trabajaba medio día los domingos, su jefe era bastante consciente cuando había vacaciones. Si bien Clara hubiera preferido tener vacaciones desde el 22 de diciembre hasta el 2 de enero de corrido, le gustaba, en cambio, descansar todos los jueves y sábados. Otro punto favorable era que rara vez se tendría que quedar después de las cinco en el consultorio; y por supuesto, que en pocos lugares recibiría tan buena paga como la que daba el señor Gut. La gente decía que el señor Mauro Gut era un hombre generoso y apacible.
Después de comer, se dirigió al estudio de su casa y tomó la computadora de seguridad mínima. Como en todos sus proyectos, no había nada apuntado ni escrito en ningún lado; todo lo iba memorizando. A estas alturas del proyecto había poco que averiguar. Empezó por pruebas sencillas e inocentes. Claro que con eso no iba a lograr violar la seguridad del servidor, pero podía conseguir algo de información útil; básica pero útil. La ventaja era que jamás sospecharían nada por pruebas tan simples (cualquier usuario de internet podría hacerlo por error); pero aún si despertaba sospecha alguna, aún no hacía nada ilegal.
Estuvo un par de horas buscando fragmentos de información que le permitiera seguir investigando. No encontró mucho. Este proyecto sería más difícil de lo que parecía en un principio. "Bueno", pensó para si mismo "Es año nuevo, creo que ya es suficiente por hoy".
Se tomó su tiempo y cuidado al vestirse. Se sentó en el recibidor y se tomó un cognac para dejar pasar el tiempo mientras pensaba: "¿Me llevaré el deportivo o el antiguo?" y otros detalles para la noche especial. Para estas alturas, la casa de campo debería estar con las mesas puestas. Y en caso de que algún invitado llegara temprano, había quién lo recibiera y le sirviera de tomar. Todo estaba bien calculado: la música, la cena, los meseros.. vaya, todo.
Ya casi era hora. Terminó el último trago de su copa y fue por las llaves de su auto; el antiguo. Aún no sabía si vería esa noche a sus amigos íntimos, pero de todos modos sabía que sería especial.
Al salir de su casa, notó una limusina estacionada frente a su casa. La puerta del lado trasero derecho se abrió dejando ver un par de piernas torneadas a la perfección. Mauro hizo un esfuerzo por disimular su asombro al ver semejante diva bajarse del auto. Una mujer extraordinariamente hermosa sin duda. Se aproximó ésta a la entrada principal y a lo lejos esperó al señ Gut, quien tranquilamente y sin mostrar asombro se acercó, abri6oacute; la reja principal y tras cerrarla hizo su típica mueca de psicólogo, como diciendo: "Te escucho".
- "¿Nos podemos ir?" - preguntó la mujer.
- "Le pido disculpas, no recuerdo haber pedido una limusina; ni haber conocido a una mujer tan hermosa."
- "No nos conocemos, pero podemos presentarnos en el camino."
Mauro ya tenía sus planes, pero parecía como si ella ya los conociera. Sin decir una palabra más, subió al auto después de abrirle la puerta a la ninfa.
En la naciente obscuridad de la noche, el lujoso auto avanzó y se perdió al doblar en la esquina.
Capítulo segundo
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